Hay días
cuando la pluma no fluye: se niega a escribir. No quiere escribir lo que
torpemente le dicto. Hace bien. Debo agradecerle su rebeldía porque lo hace por
mi bien, porque sabe, mejor que yo, lo que me conviene: callar. Le hago caso: dejo,
entonces, pluma y libreta sobre la mesa de escribir y salgo a caminar por el
barrio, a sudar venenos.
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